jueves, 21 de mayo de 2009

Nadie me espera - Segundo Capítulo (sin revisión)

II

‘Domingo’, habló, pensó o quiso pensar Martin. ‘los domingos me deprimen, o me traen la nostalgia y el romance, uno u otros dan lo mismo, no son parte de mí, son parte del aire, de los momentos que se van quedando como gotas de lluvia en la ventana. Buena metáfora, debería escribirla. Pero ahora lo que me preocupa es tomarme un tinto. Necesito algo que me quite el sabor del guayabo a medias.’

Eran ya las 7 de la mañana. Martin como siempre era una persona que aunque consumiera licor o se acostara tarde, siempre se despertaba temprano. A veces y bajo ciertas condiciones prefería la mañana a la medianoche. Pero detestaba rotundamente las tardes de domingo, que le parecían tan huecas, tan blancas, tan incitantes al suicidio.

Era cierto lo del guayabo. En la noche anterior no había consumido tanto licor como para sentirse ebrio entonces y enguayabado ahora, pero sin embargo tenia la boca pastosa, un leve dolor de cabeza y no lograba abrir los ojos a la luz solar que se estrellaba en las ventanas o atravesaba las claraboyas de su apartamento.

Sentado en su sillón de raciocinio pensaba o hablaba en voz alta. ‘Que tengo que hacer hoy? que es lo que me espera este ultimo día? debería pasarlo en blanco de nuevo o iré a caminar al parque y ver los beatos salir de la iglesia?, debería llamar a anita para que me haga compañía? no, hoy no quiero verla. Me quedaré encerrado escuchando música y leyendo mis libros, los de otros. Quizás más tarde me anime a llamar a Alberto para ver que plan tiene (aunque debe ser el mismo de siempre) para la tétrica tarde que se avecina. Bueno, al menos no se ven nubes en el cielo. Hoy parece ser un buen día para los que creen que el día es bueno si hace sol y no llueve. A mi me da lo mismo. Bueno o malos, los días son solo eso, días. O podría ir a comprar el periódico. Reconfortarme con las mentiras frescas o rancias. Bueno, me mantendría entretenido. Si, voy a comprar el periódico. Y el tinto?. Ah carajo, tener que decidir cosas hoy domingo. Bueno primero el periódico luego el tinto. Aunque el mundo se puede haber ido al diablo antes que no tomarme un tinto. Además no quiero salir a la calle con la cara de un zombi. A ver el tinto.’

Siguiendo sus pensamientos se dispuso entonces a hacer un tinto (café). Se dirigió a la cocina a pasos lentos. Puso la olleta a media agua en la estufa. Y cristianamente (habría que debatir qué tiene que ver lo cristiano con la paciencia) esperó los cinco o nueve minutos en que el agua empezaría a bullir. Con extrema precaución de no quemarse, bajó la olleta a un lado, la destapó y le agregó una cucharada colmada de lo que de lejos podía ser excelso café colombiano, pero que en realidad distaba de ser tan excelso. Con movimientos lentos lo fue diluyendo con la cuchara y esperó de nuevo en forma paciente que los irregulares granos de café molidos se desintegraran de forma parcial en el agua caliente conformando así un liquido aromático, oscuro y amargo, del que se dice tiene propiedades estimulantes además de ser antiguayabo. Una droga más, como el alcohol, la marihuana o la televisión.

Se vistió con lo que tenía a la mano. Al salir de su apartamento notó que a la puerta de enseguida estaba su vecina de al lado y otra de mas allá, de cincuenta y cuarenta años respectivamente. Saludó con la cabeza susurrando casi un buenos días hipócrita. ‘viejas chismosas, se pueden pasar la mañana hablando del prójimo, y tan tranquilas luego van a sus reuniones de moral, sean en la iglesia o en la casa de beneficencia. Se merecen una medalla de hipocresía’.

Al bajar las escaleras notó como murmuraban su nombre. Pero no les dio importancia. Abajo estaba Camilo, el único niño en el edificio de apartamentos armando una bicicleta con su papá. Martin saludó esta vez de una forma más sincera y sonora.

- Buenos días Jorge, buenos días Camilo.

- Hola Martin que más, para donde va tan temprano.

- Voy a comprar el periódico. Y ustedes que hacen, armando un caballito de acero?.

- Si, mi papi me la compró ayer. Sabias que era mi cumpleaños?

- Ah se me olvidaba Camilo. Felicidades.

- Martin, espero no se le olvide la invitación a comer.

- Ah Jorge hombre, no me acordaba. Espero asistir.

- Pase y comparte un rato con los vecinos. Siempre es bueno hacer amistad con los que están cerca.

- Si, claro, como no. Bueno nos vemos entonces.

- Chao Martin, vas a ir a la ciclovia?.

- No creo Camilo, tengo cosas que hacer.

- Bueno Martin, nos hablamos hombre.

Para Martin era un ritual frecuente de los fines de semana, el aparentar interés por la vida del vecindario. Pero en verdad se sentía hastiado de mostrar buena disposición de asistir a ese ritual de gente que cree que todo marcha bien en sus vidas, sin darse cuenta que cada vez están mas solos, mas aburridos, mas amargados, mas resentidos con los demás. Le repugnaba asistir a esa farsa.

Al pasar la calle, a unos metros estaba el quiosco. Desde cierta distancia podía ver el titular, y un leve escalofrío recorrió su cuerpo. No daba crédito a la noticia que observaba bajo el plástico amarillento que protegía la prensa. Con cierto nerviosismo y afán se apresuró a comprar el periódico para percatarse del suceso. Tuvo que sentarse en un banco cercano para leer las primeras líneas:

ADIOS, VALVERDE.

A la medianoche de este sábado, producto de una afección cardiaca, fallece en Buenos Aires a la edad de 85 años el afamado escritor y poeta Pedro José Valverde. El ilustre bardo había padecido recientemente un preinfarto que le había diezmado su salud. “El trovador de lo cotidiano”, había publicado hasta su deceso un amplio repertorio de obras de poesía, novela y teatro, las cuales han sido traducidas a varios idiomas y llevadas al cine y la televisión. Valverde nunca recibió el premio Nóbel pero estuvo nominado en muchas ocasiones. Se prepara una ceremonia solemne de velación en el salón…

En el diario había una foto del poeta recitando versos frente a un numeroso auditorio. Martin tenía sentimientos encontrados. Era claro que le afectaba su muerte, pues había sido como un maestro para el en sus iniciación a la literatura. Con resignación Martin elevó los ojos al cielo, no para dramatizar su sentimiento, sino para buscar el sol y encandilarse un poco los ojos, como lo hizo en algún momento un personaje de los cuentos del escritor. Pero el cielo no estaba despejado. El sol estaba cubierto en forma parcial por nubarrones grises que amenazaban lluvia.

Estuvo un tiempo con la mirada perdida, viendo la gente pasar con ritmo pausado en la calle, los ciclistas tempranos rumbo a la ciclovia y los árboles siendo agitados por un viento templado. Martin solo pudo pensar o decir en voz baja ‘se ha marchado un hermano amigo’.

Con resignación se levantó de la banca y se dirigió de nuevo al quiosco, quería comprar unos cigarrillos. La vendedora lo miró un poco extrañado.

- Disculpe, hay malas noticias?

- No, solamente un deceso.

- Ah, habla del poeta, de Valverde.

- Así es.

- Era un gran poeta y escritor, tenia un estilo único.

Martin se extrañaba de tales palabras, no por su contenido sino de la boca que las profería.

- Usted ha leído a Valverde? preguntó Martin.

- Si, he leído algunos libros de el. Me gustó sobretodo “La sombra del sol”, una historia muy linda, aunque tuviera un final tan triste.

- Si, pero Valverde quiso relatar eso, que la vida tiene sus matices y todos no pueden ser rosa.

- Si, es cierto. Por eso también me gustó.

- Y qué me dice de los poemas?

- Los poemas son de ensoñación. Lo trasladan a uno a un escenario cotidiano donde el amor y la vida laten con fuerza.

- Es cierto. Le puedo hacer una pregunta y no se ofende?

- Dígame.

- Por que se interesa tanto por la literatura?

- Lo dice porque atiendo un quiosco? pues déjeme decirle que esto lo elegí yo, la verdad yo también escribo. Soy escritora y filósofa.

Martin de repente se interesó en la tendera. No se había fijado pero detrás del mostrador había una mujer sensible, instruida en arte y humanidades. No le impresionaba tanto su oficio, pues ya había observado antes personas cultas desempeñando oficios humildes solo por gusto y algunos otros, por necesidad.

Le agradaba conversar con ella. Tenía delante o mejor dicho tras de un mostrador a una simpatizante más de los escritos de su maestro. Era una mujer madura, podría estar en los treintas. Martin contaba ya veintiocho años. Físicamente era atractiva, aunque eso no le importaba a el. Lo que le importaba era compartir con alguien mas ese gusto por las letras de Valverde.

- Pues debo decirle que ha sido un bálsamo compartir el duelo con usted. Para mi cuando muere un poeta, no muere del todo, solo emprende un viaje sin regreso. Y quedamos algunos extrañando su voz viva, su compañía. Pero igual nos queda su obra.

- Es cierto. Su memoria y su producción literaria quedará vibrando en muchos corazones por un buen tiempo.

- Es grato hablar con usted y eso que siempre he venido a comprarle el periódico del domingo sin trabar otra conversación diferente que la mera comercial.

- Así es, me he fijado que para algunas cosas somos autómatas, mecánicos, no observamos la mirada del otro, no nos preocupamos por los sentimientos o situación del otro, y a veces nos falta un hecho trágico o crucial para encontrarnos de nuevo, para ser vivos, para ser de nuevo carne y hueso y alma.

- Si. Por otro lado, como nunca nos hemos presentado quiero hacer los honores. Mucho gusto, Martin Robledo.

- Mercedes Ortega. El gusto es mío.

Se quedaron en silencio durante un instante. El rostro de Mercedes irradiaba dulzura cuando sonreía, mientras que Martin casi no podía ocultar la timidez y melancolía de su rostro.

- Bueno, la dejo Mercedes. Espero en otra ocasión volver a tener una tertulia más profunda con usted.

- Lo mismo digo, Martin. Aquí estaré.

- Adiós Mercedes.

- Adiós Martin.

Mientras volvía a su domicilio, Martin cavilaba muchas cosas. Seguía pensando en el deceso del poeta, en la conversación con Mercedes, y de repente, de forma casi consecuente se acordó de Rebeca. Sintió un leve cosquilleo en el paladar y el cuero cabelludo.

‘Rebeca, Rebeca, tenias que llamarme anoche, tenia que llamarte. Donde andas? que haces sin mi?, mira que ha muerto un maestro y necesito sosiego, necesito unos brazos tibios como los tuyos, necesito tu humanidad para refugiarme de mi soledad, del frío que siento, de la angustia del domingo, de la lluvia que amenaza. Quería encandilarme con el sol, pero este no estaba disponible. Rebeca, conocí una amiga, espero no tengas celos. Sabias que Pedro Valverde murió a los 88 años?. Sabías que murió solo?. Sabes con quien quiero llegar a la vejez?, donde andas Rebeca, por qué solo te tengo en el pensamiento y no en carne y hueso y sangre y alma como dice Mercedes. Si, Mercedes, Rebeca, así se llama la del quiosco, pero ahora es la amiga escritora y filósofa. Te la tengo que presentar. No te pongas celosa, mujer. Y tengo que ponerte esa canción que anoche escuché una y otra vez, en la soledad y la oscuridad de mi caverna. Donde estás Rebeca? por que no llamas?.’

Revisó su teléfono celular para ver si tenía alguna llamada perdida. Nadie había llamado. Sintió un leve dolor de cabeza, posiblemente producto de la variación de la temperatura, un clima viciado, no templado, de aires fríos y calientes. Además había cavilado de forma casi instantánea muchos pensamientos a la vez. Pensó llamar a Rebeca, pero no lo hizo, era aun temprano para que se hubiera despertado.

Continuó caminando hacia el edificio de su apartamento. Los vecinos ya no estaban armando la bicicleta nueva. Subió las escaleras. En el pasillo se encontró con la vecina lejana, la cuarentona. Quiso evadir el saludo pero ella lo atajó.

- Martin, que hubo.

- Hola, Carlota que me cuenta en la mañana.

- Mire aquí le dejaron un sobre. Lo pensaban dejar en la portería pero José está arriba arreglando una tubería rota. Yo se lo recibí en su nombre.

‘Con qué derecho se atrevía?’.

- Ah si?, y que le dijeron?.

- nada, el mensajero solo preguntó por usted y pues le dije que no estaba. Le quiso pasar el sobre debajo de la puerta pero no entraba por ahí.

- Ah, ya. Bueno, le agradezco haberlo recibido por mí.

‘Vieja chismosa’.

- Fresco Martin, para qué están los vecinos si no para ayudar?.

- Claro, hay que ser solidario supongo.

Martin empezaba a sentir nauseas producto de la conversación.

- Se siente bien? serán buenas noticias?

- No es nada. Espero que si sean buenas noticias.

Carlota lo miraba con curiosidad morbosa. Martin simuló abrir el sobre en frente de ella. Pero algo en los sellos postales le inquietaba.

- Bueno Carlota, gracias, hablamos luego.

- Ah bueno Martin, parece que va a llover. Nos vemos.

La cuarentona salió un tanto contrariada. Martin un poco enojado abrió la puerta de su apartamento. En el pasillo vació se escuchó un portazo a medias.

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